La
noche ha caído en esta ciudad, en este barrio lúgubre y silencioso. Parece que
la luna y las estrellas han encontrado algo mejor que hacer que salir esta
noche. Si fumase, fumaría en la ventana pero como no me ha dado por caer en ese
vicio me dedico simplemente a contemplar la glamurosa vista que ofrece mi ventana;
un glamur sin más estrellas que las que simulan ser las viejas farolas. De
entre todas ellas hay una farola que debe estar estropeada (pero solo por
momentos) porque tan pronto deja de iluminar como de teñir de negro a todo el
paseo nocturno. Este incesante movimiento de luz otorga una viveza envolvente a
las sombras que ahora ya campan a sus anchas en la fría noche de viernes.
Ser
miope es una suerte en momentos como este, ya que solo los miopes podemos
elegir la forma de ver el mundo solo con ponernos o quitarnos las gafas. No es
tan estúpido como parece a primera “vista”. He querido probar como verían mis
pequeños ojos este patio tan vagamente iluminado y creo que he visto mucho más (y
más lejos) de lo que puede observarse desde cualquier lente.
He visto a las sombras iluminar la realidad,
uniéndose a los objetos. He visto a los jardines convertirse en lagunas
oscuras. He visto la estrella polar en un haz de luz artificial .He visto animales
mitológicos en forma de una bolsa a la que el viento hace bailar suavemente. Lo
confieso he visto la más absurda realidad sin si quiera ver nada. Me he dado de
bruces conmigo mismo. Weeping Willow.
He roto el silencio: para que los sauces llorones de mi jardín sonrían de una
vez por todas. Y para de una vez todos tus caminos me lleven a Roma.
Suerte
que puedo ponerme de nuevo las gafas y ver que nada de esto era mentira.
Escuchar como la música nunca paró de sonar. Mirar que los sauces tampoco han
parado de llorar aunque a ratos se echen a reír. Pues sí, este viernes oscuro
me ha susurrado al oído que nada de esto va a dejar de suceder aunque cerremos
los ojos o nos tapemos los oídos. El mundo no deja de girar y gira como
queremos que gire. Tenemos la suerte de poderle acariciar. Tenemos la suerte de
poder permitirnos cambiar. Tenemos la suerte de poder pelear. Tenemos la
obligación de quitarnos las gafas para mirar de frente al mundo.