Soy de esos hinchas que van al
estadio una vez al año y encima tienen la desfachatez de quejarse. Soy tan
forofo de los equipos que solo simpatizo con los jugadores cuando los siento
míos; cuando resultan hablar los códigos de mi barrio, de mi gente, la gente
humilde que mete goles por no encajar los goles que la vida le marca.
Soy de esos que son tan fieles que disfrutan
viendo los goles del rival en campo contrario, y los sufre con el equipo
pequeño y batallador cuando juega en su casa y su gente les arenga. Soy todo aquello
menos lo que la hinchada quisiera y soy de todo menos neutral, aunque al
extremista le duela. Estoy condenado a sufrir por defender los mitos.
Por defender los mitos, las delanteras
míticas del barrio, el tuya-mia, el rey de la pista. Hablo de lealtad, de amigos de toda la vida. No hablo simplemente
de fútbol. El fútbol en sí es aburrido, pero cuando se juega y cuando lo
sientes en la calle, cuando lo sudas y te duele, entonces el fútbol deja de ser
fútbol y se convierte en amistad.
El fútbol no son goles, sino el abrazo de tu
amigo que acaba de ser Maradona por un segundo. El fútbol no son árbitros, ni
fueras de juego. Fútbol es hacerle un caño al chulito de la calle de enfrente.
El fútbol es robarle un balón al superclase del barrio. El fútbol es ser cuando
no eres.
Y así nació el primer pase de la historia,
cuando el hombre se creyó niño y le arreó una patada a una pelota. Sabiendo que
hacía años que había dejado a la infancia bien atrás. Pero entonces otro loco le
responde, y después otro y otro, y acaban por ser veintidós hombres que juegan
a pasarse una pelota como chicos. Entonces deciden marcar los goles y resulta
que marcando goles, no eran niños, ni hombres, ni falta que les hacía, marcando
goles eran eternos. Y así nació en un suburbio londinense el football.
Nadie sabe quien fue el primer goleador
de la historia, pero su grandeza, es que nadie lo sepa, que no supiera que iba
a ser histórico, solo él supo su alegría, solo él disfrutó su gloria interna.
En un mal grito, el cansado obrero de la fábrica de textil grito “Go!” y desde
entonces se marcan goles. Así hoy cada
vez que un chico le emule, marcando goles, se convierte en eterno en histórico
y nadie lo sabe. Y esa es la grandeza de fútbol la que ningún jeque podrá jamás
comprar.